La sombra lentamente se movía,
pasaba en el medio del silencio penetratante.
No tenía un rumbo, no tenía un camino…
El aire la acompañaba, pero a ella no
le importaba. Solamente, seguía.
La sombra tomó forma humana en el
amanecer de aquel día.
La figura era llamativa: alta, corpórea y bien formada.
La figura alzó la espada y, sin temor,
traspasó, aquel día, a la persona más deseada.
Un grito rompió el silencio. Las palomas blancas
emprendieron vuelo de la torre de aquel castillo.
Dejó la espada en el piso y
cerca de ella quedó un líquido escarlata.
Se abrió el portón de aquel inmenso castillo y
en un instante emprendió galope
para nunca volver aquel principio.