La armonía delicada y profunda de los coros celestiales, traspasaba el aire del verano estrellado de esa noche en Belén. El sonido de las trompetas doradas y brillantes anunciaba la Buena Nueva.
Una madre llena de gozo y juventud miraba a su hijo recién nacido. Ella lo arropaba con sus manos finas y delicadas. En el cielo, una estrella brillante iluminaba el camino de la esperanza que había nacido.
Todo era felicidad. Muy pocos sabían que ese niño dormido, al lado de su madre y de su padre adoptivo, algún día seria; el Rey de reyes y el Salvador de nuestros pecados. Ese niño se llamaba Jesús.
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