Sentada en la ventada de mi dormitorio. Me puse a ver como los pájaros volaban a sus nidos.
Era el atardecer de un día de enero. Los pájaros llamaban a sus parejas, los insectos revoloteaban en mi patio, mi madre hablaba por teléfono y yo escribía estas palabras.
En la casa de al lado, se escuchaban las voces de mis vecinos. Sus conversaciones eran de la vida cotidiana.
La casa de dos pisos. Impedía mi visión del hermoso cielo celeste-anaranjado. Pero eso a mi no me importaba. Yo seguía escribiendo estas palabras en la hoja del cuaderno, que me había quedado del primer año de la facultad.
A lo lejos se escuchaban los sonidos de las motos, de los autos y de los camiones.
La tarde caía, pero yo seguía escribiendo y pensando que iba a poner.
Las nubes eran pocas. Su color era grisáceo. El sol ya no se veía. Sin embargo, todavía había luz.
De pronto, vi un pájaro en la punta de un pino. Envidiaba su vista. Él podía ver todas las casas del barrio. Incluso podía ver que hacían los vecinos en sus patios.
El perro de mi vecino ladraba llamando a su amo. Debía tener hambre.
Pasaban los minutos y se acercaba la noche. Pero yo seguía sentada en mi ventana escribiendo estas palabras.
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